Para una persona ciega todo es más difícil

Luis noviembre 17, 2016

Con cincuenta y dos años, Teresa Palahí es una mujer vital y optimista, a quien su discapacidad visual no le ha impedido ser una líder. A los nueve años le empezó una degeneración macular y ve un 0,3 sobre 10 puntos. No descarta que la medicina le permita algún día de recuperar la vista, pero de momento trabaja para que se reconozcan los derechos de las personas con discapacidad. De esta lucha, ha hecho bandera y carrera: empezó en un departamento comercial de la ONCE de muy jovencita y hoy es la secretaria general.

Entrevista a Teresa Palahí

—De adolescente tuviste una degeneración macular que te causó la ceguera que tienes ahora. Pero no es ceguera total, ¿no?
—Efectivamente, tengo una discapacidad visual porque tengo una visión de 0,3 sobre 10. Tengo los dos ojos afectados. Me apareció a los nueve años, justo cuando hacía un año que se había muerto mi padre. No tenemos conocimiento que nadie a la familia lo haya tenido, pero parece que es una enfermedad genética y que quizás un tatarabuelo mío lo tenía. Pero en aquella época no se sabía: uno veía bien o no veía bien, pero no se sabían estas cosas.

—¿Cómo fueron los primeros años a partir de aquel hecho?
—Fueron difíciles porque, como tenía una pérdida de visión que aparentemente no se veía, la gente me continuaba tratando cómo si viera perfectamente. Y te encontrabas con situaciones realmente complejas, sobre todo cuando salías de la puerta de casa. En la calle la gente te tomaba por antipática si no la saludabas. Si decías que no veías bien la gente no lo entendía, o te decían que te pusieras gafas, pero mi problema no es una cuestión de gafas. Incluso el oftalmólogo, el primero que me vio antes de que me hicieran el diagnóstico aquí en Barcelona, me decía que yo hacía un poco de comedia. A mí lo que más me dolió fue tener que dejar de leer, porque me gustaba mucho.

—¿Cómo miras la vida a partir de aquel momento?
—Miro la vida aceptando la situación –me dicen que no hay posibilidad de mejora– y sin dejar de hacer nada: intentando hacer una vida normal como el resto de amigas. En esto creo que tengo mucha suerte de tener una madre tan abierta, poco proteccionista y que, además, como que era viuda y tenía que trabajar mucho, tampoco nos podía dedicar mucho tiempo. De forma que creo que esto me hace superar muchos obstáculos y llevar una vida bastante normalizada.

—¿Desde el principio? ¿No hay una etapa de negación?
—Desde el primer momento. No me cerré en ningún momento en casa ni mi madre tomó una actitud de sobreprotección. Al contrario: el sábado, por ejemplo, recuerdo que hacíamos limpieza general. Y a mí me tocaba como el resto, como mi hermano y mi hermana. Y si poniendo la mesa rompías un vaso, pues lo rompías. Normalidad. Quiso tratarlo con normalidad y creo que esto me ayudó mucho.